jueves, 5 de mayo de 2016

Más allá de la gran pantalla.


Inesperadamente, Spotlight fue premiada por la Academia como la mejor del año. El filme no solamente puede entenderse como una oda al buen periodismo, sino que cumplió con darle una voz a todos los sobrevivientes de abuso sexual –principalmente aquellos que lo sufrieron por parte de la Iglesia–. En su discurso de agradecimiento, el productor Michael Sugar clamó su deseo porque el mensaje llegue hasta el Vaticano e instó al Papa Francisco a “proteger a los niños y restaurar la fe”. Pero, aunque la cinta abre la puerta al diálogo y rompe el tabú para que pueda hablarse del tema, aún es un problema complejo de entender.
De hecho, al tratarse de un crimen que no se reporta en la mayoría de los casos, los números varían y es muy probable que sean mucho más graves de lo que se estima. Según el Registro Público Nacional de Delincuentes Sexuales (NSOPW por sus siglas en inglés), sólo alrededor del 30% de los abusos sexuales son reportados a las autoridades, mientras que en el 74% de los casos el perpetrador es alguien conocido por la víctima. Pero, ¿qué puede ser considerado como abuso sexual? Cuando se trata de niños, cualquier actividad relacionada con relaciones sexuales (aún sin necesidad de contacto físico); esto implica mostrarle pornografía, enseñarle deliberadamente los genitales, fotografiarlo en posiciones sexuales, obligarlo a presenciar actos sexuales en vivo o incluso verlo inapropiadamente mientras se desviste o va al baño. 
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El costo de la estigmatización
Uno de los principales peligros con tan delicado tema es que, al ser un asunto tan estigmatizado, muchas víctimas prefieren no hablar del tema. Según los especialistas, el primer paso hacia la prevención es hablar abiertamente acerca de sexualidad con los niños y reforzar su autoestima; esto no significa explicarles más de lo debido, pero sí lo suficiente para que puedan identificar conductas fuera de lo común en las personas que los rodean.
Otra conducta importante es estar atentos a las señales, aunque no todas las víctimas están dispuestas a externar sus padecimientos, muchos lanzan constantes guiños en espera de que un adulto responsable tome las riendas. De hecho, si el niño percibe que el asunto será manejado correctamente, es probable que dé señales aún más claras, permitiendo que el abuso se detenga antes de que escale más. 
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Algunos signos son más evidentes, pero otros pueden ser confundidos con achaques de pubertad o adolescencia. Estos son algunos ejemplos: repentino impulso a recluirse socialmente o evitar estar a solas con ciertas personas e incluso mostrar miedo; cambios en hábitos alimenticios (comer compulsivamente o falta de apetito); problemas para dormir y pesadillas recurrentes. Algunas conductas más llamativas son un utilizar lenguaje muy sexualizado y demostrar conocimientos inesperados en el tema, así como manifestar una sexualidad temprana. Finalmente quedan las pruebas físicas que no deben pasar desapercibidas, principalmente dolores o molestias en órganos sexuales, moretones alrededor de la boca o regresiones a conductas infantiles, como mojar la cama sin razón alguna. 
Estos mismos síntomas pueden aparecer en situaciones distintas, por lo que no siempre debe asociarse en primera instancia con abuso sexual. Traumas no relacionados como la muerte de un familiar, atravesar el divorcio de los padres o problemas en la escuela con otros compañeros, puede generar un cuadro parecido, por lo que es importante hablar con ellos y hacerlos sentir seguros.
Sí, los números son alarmantes y todos estamos expuestos, sin embargo, el diagnóstico oportuno puede marcar una diferencia abismal.

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